sábado, 4 de agosto de 2012

Ropa con olor a plomo.

"No puedo. Ya no puedo, papá." exclamó el niño a unos instantes del llanto. Cargaba un pesado fusil en sus lánguidos brazos. Cruzaba el río con su padre huyendo de las tropas federales.

"Sigue adelante, pronto estaremos a salvo" y la verdad es que no lo estarían.

Para la familia del campo en insurgencia el destino siempre es un manto negro de muerte.

El día caía, la noche crecía. Los perros ladraban. Las nubes negras cubrían el cielo.

Cruzan el lodoso bosque, las botas se les llenan de lodo. El cuerpo pesa, las armas pesan.

Escuchan disparos, pero están tan asustados como para darse cuenta de donde vienen. Un silbatazo y un par de gritos son el anuncio del ángel de la muerte.

Los caudillos de la libertad, padre e hijo, son condenados a muerte. Golpeados y maltratados durante la noche.

Tras la llegada del alba se han convertido en bultos sin vida. Irreconocibles.

Inexistentes en la memoria.

No hay comentarios:

Publicar un comentario