jueves, 2 de agosto de 2012

Madrugadas azules.

En esta pequeña ciudad pronto amanecerá.

Veo el cielo opaco, turbio, a través de la ventana. Es una húmeda madrugada, hace frío. Todavía faltan unas cuantas horas para el amanecer.

Sopeso, el vaivén entre esperar la luz del día que parece no llegar o envolverme nuevamente a las sábanas y retomar el plácido sueño en mi cálido-plácido lecho.

Tras diez minutos observando desde la ventana del segundo piso de mi habitación veo pasar un auto trasnochado. Se le perdió la noche y espera encontrarla antes del amanecer al llegar a su casa.

Y yo no sé.

No sé si encontrarla... o prepararme un café, chocolate...

¿No te gustan los inviernos lluviosos que congelan los huesos? ¿El día azul oscuro que no es sino un día ausente de sol?

Es la época ideal para no quitarse las calcetas ni la pijama, deambular sin pensar por la sala, con una bebida caliente y escuchar el sax sonar desde una grabación lo-fi.

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