sábado, 4 de agosto de 2012

Ropa con olor a plomo.

"No puedo. Ya no puedo, papá." exclamó el niño a unos instantes del llanto. Cargaba un pesado fusil en sus lánguidos brazos. Cruzaba el río con su padre huyendo de las tropas federales.

"Sigue adelante, pronto estaremos a salvo" y la verdad es que no lo estarían.

Para la familia del campo en insurgencia el destino siempre es un manto negro de muerte.

El día caía, la noche crecía. Los perros ladraban. Las nubes negras cubrían el cielo.

Cruzan el lodoso bosque, las botas se les llenan de lodo. El cuerpo pesa, las armas pesan.

Escuchan disparos, pero están tan asustados como para darse cuenta de donde vienen. Un silbatazo y un par de gritos son el anuncio del ángel de la muerte.

Los caudillos de la libertad, padre e hijo, son condenados a muerte. Golpeados y maltratados durante la noche.

Tras la llegada del alba se han convertido en bultos sin vida. Irreconocibles.

Inexistentes en la memoria.

jueves, 2 de agosto de 2012

Madrugadas azules.

En esta pequeña ciudad pronto amanecerá.

Veo el cielo opaco, turbio, a través de la ventana. Es una húmeda madrugada, hace frío. Todavía faltan unas cuantas horas para el amanecer.

Sopeso, el vaivén entre esperar la luz del día que parece no llegar o envolverme nuevamente a las sábanas y retomar el plácido sueño en mi cálido-plácido lecho.

Tras diez minutos observando desde la ventana del segundo piso de mi habitación veo pasar un auto trasnochado. Se le perdió la noche y espera encontrarla antes del amanecer al llegar a su casa.

Y yo no sé.

No sé si encontrarla... o prepararme un café, chocolate...

¿No te gustan los inviernos lluviosos que congelan los huesos? ¿El día azul oscuro que no es sino un día ausente de sol?

Es la época ideal para no quitarse las calcetas ni la pijama, deambular sin pensar por la sala, con una bebida caliente y escuchar el sax sonar desde una grabación lo-fi.